ORANGE SANDALWOOD

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5/18/2013

Y AHORA, ¿QUIÉN VA A MOVER LAS MONTAÑAS, EH?





Isótopo XIII mira alelado las pantallas gigantes sin entender verdaderamente, pero ya temiéndose algo malo, muy malo. Hoy está que se lo llevan los demonios, y con razón. “Pero ¿por qué nadie me avisó antes de esta debacle, mastuerzos?” No grita, apenas reza la frase entre dientes, para sus adentros, sintiendo ya una acidez que le asciende, enardeciendo sus entrañas y llevando a su pontificia garganta un sabor como a perro muerto.

La acción se desarrolla en la sala DOMUS MULTIMEDIAE del Departamento de Estadística y Proyecciones Estratégicas del Vaticano, un espacio magnífico. Parecido, para entendernos, al centro de operaciones de la NASA, como esos ultramodernos que se ven en las películas.

Varios supercomputers procesan datos a velocidades vertiginosas. Cuatro pantallas gigantes regurgitan dinámicamente gráficos de colorines, con estadísticas proyectadas sobre mapamundis y ondeantes animaciones de banderas nacionales en 3D. Un bonito espectáculo, en suma, digno de la mejor superproducción. El Vaticano no repara en gastos cuando se trata de asuntos de fe.

Un quinteto de cardenales se mantiene muy compacto detrás, a distancia prudencial del Pontífice. Isótopo tiene fama de iracundo. Cuando se lía, nadie cercano escapa. Los cardenales ya le conocen alterado de otras ocasiones, y no desean mayor proximidad que aquella que consideran estrictamente necesaria.

Al lado del Santo Padre se sienta, sin atreverse a apoyar verdaderamente sus posaderas, el responsable máximo del equipo de Estadística y Proyecciones Estratégicas, Aaron Philipp, un americano de Salt Lake City, Utah. Es la primera vez que Aaron trata directamente con el Papa, así que se le ve bastante nerviosillo, y con razón.

Aaron es un auténtico crack en estadística y análisis de datos. Ya trabajó en Mormonia, USA, pero al final acabó por rendirse a la suculenta oferta que recibió del Vaticano. Lo que no le granjeó, dígase de paso, grandes simpatías en Mormonia.
  
El rubicundo analista, que nada tiene de tonto, sabe analizar también el semblante del Patriarca de la Iglesia, y barrunta tormenta… De las gordas. Por eso se apresta a ofrecer una explicación preliminar, para ver si la cosa amaina. “Verá, Eminencia… era difícil prever esto, dada la procedencia tan diversa de todos estos datos…”, dice Aaron, nerviosito. “Madre mía, esto va a tener proporciones bíblicas. Mejor que me llamase Noé…”, piensa Aaron, “… porque la que me va a caer encima va a ser el Diluvio Universal II en 3D Dolby Sensurround”.




El Vicario de Cristo mira las pantallas, como en éxtasis. Parece que se le quisieran desorbitar los ojillos, y su mandíbula aprieta con la fuerza de un cocodrilo. Pero reconquista una cierta calma, y le pide a Aaron en un inglés bastante dejado de la mano de Dios: “Vamos a ver, explíqueme usted todo esto como si yo fuese tonto, Aaron dijo usted que se llama, ¿no?”

“Sí, Eminencia, Aaron Philipp, Eminencia. Verá, Eminencia, en realidad son todavía datos provisionales… será necesario todavía un vasto esfuerzo de interpretación para llegar a poseer una medida exacta de la gravedad de…”

El Siervo de los Siervos de Dios, que así también es conocido, muy a su pesar, Isótopo XIII, da un manotazo impaciente en sus blandos muslos, a falta de una superficie más apta para liberar su tensión. El gesto fulminante basta para interrumpir el discursillo contemporizador de Aaron.

(Dicho sea en descargo del Sumo Pontífice, nuestro Isótopo ya se está hartando bastante de tanta formalidad y distancia, y sobre todo de que siempre le intenten dorar la píldora; a veces, preferiría que no le tuviesen tanto miedo).

“¡Déjese ya de eminencias, hombre, pero si aquí la única eminencia parece que es usted, y no precisamente en Teología! Bastante tengo yo con tener que atender por Isótopo XIII, que más parece el nombre de una misión espacial de la NASA. Llámeme Cavaradossi, hombre, que es mi nombre de verdad, y sobre todo hábleme claro de una vez. ¿Hasta qué punto lo que estamos viendo aquí es para ser tomado en serio? ¿No será esto una operación de los enemigos de la Fe para desgastar nuestra Misión en la Tierra? Mire que de estadísticas trucadas sabemos nosotros más que nadie…”

“Bueno, los datos se pueden resumir así, señor…”, Aaron duda sobre si debe aceptar la oferta de tratamiento campechano que el Sucesor de Pedro le brinda, y claro, se queda a medio camino en el título: ni chicha ni limoná. “… nos parece que una parte considerable de la población católica mundial puede estar perdiendo la fe, señor…”.

“¡Vaya, no me diga…! Y dígame, esas banderitas de ahí ¿qué son?”, pregunta el Timonel de la Iglesia, con tono escéptico. Sí, el guía de los creyentes también hace gala de un sano escepticismo de vez en cuando. Sin un poco de escepticismo, aquí no aguanta ni el Supremo Hacedor.

“… Los datos recogidos de los censos de los últimos cien años muestran un declive acelerado de la fe en formas organizadas de religión”. Los países en los que ese proceso es más visible son Austria, Canadá, Finlandia, Holanda, Suiza, República Checa, Nueva Zelanda, Australia…”

“¡Pare, por Dios!”, grita Isótopo, y en la preclara mente del Obispo de Roma saltan irreverentemente varios canguros, totalmente desnudos y rabiosamente ateos. Isótopo XIII es amigo de la verdad, pero necesita, como cualquier persona, de algún tiempo para digerirla. Qué bien que la interrupción vino justo a tiempo: Aaron iba a continuar la lista de países con la verde Irlanda, ese venerable baluarte del Catolicismo europeo, pedofilias aparte. ¡Imaginen el disgusto, una Irlanda en bancarrota de fe, también!

“Mala cosa, parece… Pero estos datos ¿son verdaderamente fiables, Aaron?”, vuelve a esforzarse para reconquistar una cierta neutralidad digna del Primado de Roma.
“Bueno, señor, la verdad es que sí, señor. Como decía, estas proyecciones  son el resultado del cruce de datos de los censos de los últimos cien años, en varios países, señor”, dice Aaron, ya ganando confianza en cuanto la conversación va entrando en su dominio. "Vea bien su Santidad que por ejemplo en la República Checa, más del 60% de la población dice no profesar ningún tipo de religión, y en Suiza la cosa no parece más halagüe..."

“¿...Cien años? ¡Qué barbaridad!”, chascarrillea el Sumo Pontífice, cucándole histriónicamente el ojo a Aaron, y haciéndole con el codo un gesto de compinche. “Otra cosa no tendrán, pero ustedes los mormones pueden darnos algunas lecciones en materia de archivo y tratamiento de datos, ¡qué fieras!”, se admira el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Universal. Y se queda pensando si no debería imponer una disciplina doctrinal más severa en sus guardias suizos. No existe remedio mejor para los desvíos de las masas que la proliferación de buenos ejemplos.
Aaron parece animado por el entusiasmo aparente de su santo interlocutor, y continúa: “Los cálculos son muy complejos, Eminencia, señor. Los datos han sido tratados utilizando un modelo matemático de dinámica no linear, de mi autoría, que nos permite…”

“Ya veo, ya veo”, corta Su Santidad, con la misma mano de bendecir a las masas enardecidas. “¿Y cómo le parece que esto puede continuar, Aaron? ¿Adónde nos lleva todo esto?"

“Bien, señor… o sea, mal, señor. Las proyecciones muestran una aceleración uniforme del volumen de respuestas de los ciudadanos refiriendo no tener ninguna inclinación religiosa, señor. Si proyectamos las tendencias reveladas en estos países sobre la población mundial total, señor, siguiendo mi modelo, e incluso asumiendo una variable aleatoria baja y un amplio margen de error, señor, nos aparece un panorama bastante…”

“¡Cavaradossi, leñe! ¡Que me llames Cavaradossi, te he dicho!”, tutea de repente el hombre vestido de blanco. El pobre Isótopo está cansadísimo, y lo que quisiera es ya no tener que saber más. Desearía ahora no ser el pastor de tan inestable rebaño. Se esfuerza en reprimir un géiser de venenosa acidez que le asciende por su venerable esófago, incendiando de azufres todo su ser.

“Sí, señor Cavaradossi”. Aaron recuerda el pretérito prepontificial de Cavaradossi. Y es que el hombre que tiene enfrente no tuvo que esperar a la fumata blanca para conocer la celebridad mundial. Durante su pasado cardenalicio, Cavaradossi ejerció como oficiante de elección en la misa dominical a la que asistía religiosamente Berlusconi. También le cupo el privilegio de actuar en calidad de confesor personal de Il Cavaliere. Abismado ante este recuerdo, Aaron especula para sí mismo sobre los meandros del poder. Y es que, ciertamente, lo que no haya oído (y callado) Isótopo XIII, no lo ha oído nadie.

En los terminales, u hormigueando de un sitio para otro, los miembros del equipo, en su mayoría norteamericanos e hindúes, se afanan en variadas funciones, reales o fingidas. Se les ve tensos, preocupados, mirando los datos, como el personal de tierra de una misión espacial de esas en que los astronautas acaban convertidos en papilla, después de pasarlo cinematográficamente muy mal porque una chispa estropició una manguncia de la falorcia del módulo escaforcial del compartimento de combustible, o algo similarmente catastrófico.

Las pantallas y terminales continúan su chisporroteo. El quinteto de cardenales colorea de púrpura los bastidores de la escena, sin osar cruzarse en la conversación entre el Guía Espiritual de Occidente, el analista mormón y el gorgoteo electrónico de las pantallas.

“Estas máquinas de mierda también deben ser ateas… Si no estamos dejados de la mano de Dios, que venga Él mismo y lo vea…”, piensa Isótopo, recostándose en su silla, y sintiendo una tristeza que le atraviesa sebastiánicamente el alma como una lluvia de dardos sarracenos.






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